martes, 28 de enero de 2014

Capitulo 3

Pasaron 3 días, 4, 5 y 2 semanas, y ellos no se separaban. Se habían dejado de conocer durante tanto tiempo que ahora el tiempo corría y ellos hacían todo lo posible por conocerse más en cada momento. Iban por la calle y se preguntaban cualquier cosa, veían un puesto de helado y durante dos horas hablaban sobre los que les gustaban y los que no, sobre en que sitios los solían comprar y en cual irían juntos. Que eran debates encarnizados de risa mirándose a los ojos, que a él le encantaba la vainilla y solo le gustaba la nata cuando la probaba de sus labios. Por lo general coincidían en casi todo, eran las personas más distintas, más complementarias que había, si a ella le gustaba una comedia romántica a él le gustaban los actores que salían, si él quería ver una peli mala ella le distraía y lo convencía de que solo la escucharían que la actriz principal era ella y la escena era una escena de sofá en la que solo faltaban poner velas. Que los dos creían que la única forma de quererse de verdad era conocerse, que la única forma que podían enamorarse el uno del otro era queriéndose los defectos, era llegar al ocaso de las taras, acabar gustando lo que no les gustaba.
Pero estas conversaciones a veces se volvían discusiones porque eran cabezotas, porque sabían hablar, pero odiaban perder y si Mar le decía que el mejor disco de Sabina no era Mentiras Piadosas él explotaba y de broma susurraba con algo de volumen para que lo escuchara… “Ese disco va a ser la Banda Sonora de los mejores viajes de tu vida”. Ella no le hacía caso, pero llego un momento en que no recodaba ningún sitio al que no fuera en coche en que no lo identificara con “Y si amanece por fin”.

Ellos tenían claro que como dice la canción que de ellos dependía que hoy por la mañana siguiera siendo ayer noche y por eso cuando él veía su cara los lunes por la mañana recién levantada era porque la última vez que la vio acostarse fue el viernes de madrugada.

@iagocampa                                                    Iago de la campa

martes, 21 de enero de 2014

Capitulo 2

Ella se llamaba Mar, y os juro que no era por el azul de sus ojos, ni de los charcos que le encantaba atravesar. Era despistada, pero de ideas claras, ya sabéis eso de que creía en sus pasos. Era un metro sesenta y cinco de amor agazapado, era una canción de domingo cuando la escuchas en sábado. Morena, su pelo caía hasta debajo de sus hombros, algunos pensaban que la caída de su pelo era la única caída que querían sufrir en su vida, que saltar al vacío no era nada, si caías por su espalda. Su espalda, era como si tocarás todos los días una guitarra y no desafinara, era como saberse cada piedra de un camino y cada vez que lo cruzas te parece uno totalmente distinto. Casi nunca era tímida y casi nunca pensabas que respiraba. No era nervios, no era una chica delicada aunque pareciera sacada de revistas con una gran tirada. Calzaba más de un 36 que es un 37, y sus piernas andaban con la seguridad de que solo sujetas el momento que pasa.

Nadie sabía porque pero no había nacido en verano aunque lo pareciera, aunque cada parte de ella era un Julio que no sabe llegar a Agosto, aunque las gafas de sol fuera lo último que se quitaba cuando llegaba a casa. Nació en octubre, los meses de otoño en que nacen los amores que atraviesan inviernos, que hibernan por momentos. Estudiaba derecho, algunos de sus ex, le decían que estudiaba derecho para defenderlos de ella misma, de sus prisas y de comerse el mundo cada vez que le apetecía.


Aunque no tardo nada en ir a bailar con el, no era tan fácil de conquistar como parecía. No era la mítica chica guapa que se muere por que alguien se le acerque porque los intimida. Si ella quería algo lo conseguía. No era prepotencia era seguridad de verse envuelta, en los asuntos que ella quisiera.

El se llamaba Nicolás y le llaman Nico para abreviar. Llevaba barba y el pelo descuidado, las manos tajadas de tocar la guitarra. No era muy alto pero era más alto que ella y con eso a el le bastaba para picarla en los días en que no pasaba nada. Desde pequeño quería ser bohemio, le daba vergüenza ser el protagonista de las historias que escuchaba y por eso se dedicaba a contarlas. Era de los que pensaban que cualquier día de estos iba a pasar algo, que cualquier brisa de viento se convertiría en tornado y quizá así lo llevaran volando. Veía corazones en la cabeza de la gente paseando y aunque no hiciera nada, siempre estaba planeando algo.
Tenía los ojos oscuros, sin más, oscuros. Y era todas las eternas promesas que se piensan en la cama de noche.

Decía que estudiaba la vida, mientras trabaja en cosas que no le apetecían, para grabar canciones con gente que no las entendía, para invitarla a bailar al menos ese día.

Para el las presentaciones no se merecían la importancia que le daban. Que las buenas impresiones solo eran superficiales, que para conocer de verdad a alguien había que aprender a mirarlo a plena a vista, y a escucharlo sobre todo cuando las cosas dolían, pero también en los días que a nadie querían.

Ellos no supieron sus nombres hasta la 3º cita. El 4º baile y el 2º beso que por la comisura de los labios de ella caía justo en el momento en el que él de casualidad se lo recogía.

Iago de la campa  @Iagocampa

lunes, 20 de enero de 2014

Capitulo 1


Eran como escapar siempre hacia atrás mirando hacia adelante, cometer todos los errores del pasado, cada día, cada tarde, cada vez más temprano. Lo hacían con otras personas, ni se conocían y después decían que no había momento que no se habían estado esperando. Él creía en el destino y ella creía en sus pasos, no se dieron cuenta que caminaban siempre hacia atrás y queriendo ir a roma, llegaron a amor.

Ni si quiera os he contado como tomaron contacto. Ella rifaba corazones en la playa donde el sol doraba todos los veranos sus años, él tocaba la guitarra, ¿cómo no? Y siempre canciones de amores baratos, que no se cansaban, que no cogían el teléfono para llamarnos.
Todo el mundo creía que ella era la diana de todas las miradas que caían, que se perdían entre arena y agua, pero ella era el dardo. Él se refugiaba en las cosas que no se decían, en piropos que desobedecía, en querer siempre menos que el contrario. Y chocaron.

Él la vio y recibió el dardo, le pregunto que con cuantas canciones de amor podría sacarla a bailar un rato. Ella contestó que era más de canciones de desamor, que no se guiaban por lo que podría haber pasado, si no por lo que sucedía. Que si quería sacarla a bailar que hiciera una noche del día, que entre arena y sal solo bailan los enamorados, y a ella aún le falta un cubata para decirle que él si era tan guapo y que ella no lo era tanto.

Tocó 3 canciones,  a la media él estaba colgado de esos ojos que miraban sus manos. A la segunda ella estaba pensando en cómo empezar una conversación  cuando terminara de tocar en la que él la acabara besando y ella se lo pusiera difícil para que no se lo creyera demasiado. La tercera canción fue de cortesía para el público que sostenía los vértices de lo que estaba pasando, para los amigos de el que estaban flipando, para las amigas de ella que estaban suspirando.

Se fueron y se ducharon, fue su última ducha por separado, quedaron en 1 hora para cenar risas y algún roce que fuera marcando las horas de un reloj que ya se había parado.

Por supuesto que fueron a bailar y por supuesto que desde ese momento decidieron que no se iban a volver a despegar. Como en la canción de Suarez cada paso era un apriétame más, y no se daban cuenta que hace unas horas no se conocían, que estaban perdidas ya sus memorias. Él la tenía dibujada a ella en su pupila cuando cerraba los ojos por las luces de cualquier discoteca y ella era el dardo que se había clavado en su pecho pidiendo otra melodía, un me-dolía que empezaría esa noche y que abarcaría más capítulos de esta historia.
Iago de la campa  @Iagocampa